Un país es lo que es su historia y su nobleza, y las naciones se construyen edificando cultura. El martes 6 de noviembre, Chile nos dio una lección más: ha construido más Perú que algunos políticos corruptos asilados en el poder, o que algún peruano común y corriente como usted o yo. Chile ha contribuido con la devolución de 3788 libros ha reparar una brecha de nuestra historia, a conquistar uno de los mejores tesoros de una nación: su pasado. Esas 238 cajas devueltas contenían un pedazo del Perú de 126 años de antigüedad. Entre esos ejemplares devueltos abundan obras consideradas “incunables” al haber sido impresas en el siglo XVI; del mismo modo, que documentos que dan conocimiento de la ciencia de aquellas épocas, lo que ratifica el preciado valor de antigüedad y rareza. Esto, como lo sostiene el doctor Hugo Neira, duplicará el valor bibliográfico de
En este país, como lo digo Jaime Bayly, “la queja es un deporte nacional”; y un cercano amigo me ha dicho, dándole fe al controversial escritor, que hubiera sido mejor que se quedaran en Chile porque allí los conservarán mejor. Incierto o no, el gesto chileno ha sido admirable y ha de ser saludado con gratitud, que hasta el mismo Palma rendiría. Nuestra gratitud no es una muestra de humillación, muy por el contrario, la manifestación de una lección aprendida y dada. Sin la obligación de hacerlo, la vecina nación nos ha ayudado a conservar nuestra memoria, a consolidar nuestra identidad y a enriquecer nuestro patrimonio cultural. Es la cultura la mejor herencia a las generaciones; más aún cuando nuestra niñez se ubica en el último puesto en evaluaciones de competitividad educativa, y nuestra población estudiantil no opera satisfactoriamente procesos matemáticos, ni entiende lo que lee.
La devolución, en momentos como estos, donde los líos marítimos y las discrepancias nacionales se acentúan, demuestra que existen personas capaces de construir una cultura de paz entre países divididos por las ignorantes idiosincrasias y tradicionales complejos. Es una consolidación en las relaciones bilaterales de las naciones y un camino que abre senderos de desarrollos y cooperaciones culturales hasta económicas. Y es valioso en la medida que resulta absolutamente viable en una época donde los países no se entienden con la fuerzas de las armas, sino con el diálogo.
He vuelto a esas “Páginas Libres”, para dejar que las magistrales palabras de Manuel Gonzáles Prada floten oportunamente: “Nada tan hermoso como derribar fronteras y destruir el sentimiento egoísta de las nacionalidades para hacer de la tierra un solo pueblo y de la humanidad una sola familia”. “El patriotismo es la pasión de los necios y la más necia de las pasiones”, dijo Schopenhauer sin pensar en peruanos y chilenos.
Para esos “peruanos de partidos de eliminatorias” y de “Siestas”, perdón, pensé en los de “Fiestas Patrias”, que con peruana virilidad ofende al vecino sureño, quedan aquellas palabras del Don Manuel: “La patria no es solo el pedazo de tierra que hoy bebe nuestras lágrimas y mañana beberá nuestra sangre, sino también el molde especial en que se vacía nuestro ser, o mejor dicho, la atmósfera intelectual y moral que respiramos”. Y para el chileno desarrollado, no precisamente con Pisco, un brindis a la salud de su grandeza porque, querido lector, “lo cortés no quita lo valiente, ni lo peruano”.
Por Frank Córdova